Democratizar el acceso al patrimonio histórico y fomentar su interpretación y valorización, una tarea que nos implica a todos, por mucho que a las altas esferas académicas y administrativas les pueda pesar. Lamentablemente, todavía se pierde y destruye mucho material por falta de conocimientos y el hermetismo de un sistema que apenas divulga e impide la investigación y sus resultados, sin contar los oscuros intereses y tejemanejes que esconden las grandes corporaciones y la gestión de peligrosos residuos.
Cabría ver que tan verde es esa energía solar que emplea toneladas de silicio para convertir la luz del astro rey en energía eléctrica, entre otras muchas practicas destructivas, enmascaradas de ecológicas y sostenibles, como por ejemplo, las minas en Galicia, Asturias o Ciudad Real, en manos de empresas extranjeras sin rostro.
Convertir el silicio de grado metalúrgico en una forma más pura (llamada polisilicio), crea tetracloruro de silicio, un compuesto muy tóxico. El proceso de refinación implica combinar el ácido clorhídrico con silicio de grado metalúrgico para convertirlo en lo que se llama triclorosilano. Luego, el triclorosilano reacciona con el hidrógeno agregado y produce polisilicio con tetracloruro de silicio (a medida de tres o cuatro toneladas de tetracloruro de silicio por cada tonelada de polisilicio). Gota a gota, no dejamos de envenenar el planeta en nombre de la revolución verde.
Si queremos avanzar, debemos mirar atrás, respetar el presente y construir un mejor mañana que nos permita recoger los frutos de nuestro legado cultural en armonía, en paz con la naturaleza y con nosotros mismos.
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